Al ingresar en la sala cada uno de los espectadores va recibiendo dos pequeños globos rellenos de agua y un volante que describe las características de una granada. Con esa sorpresa en las manos, pasamos a ocupar nuestros asientos.
El inicio de la obra es algo que no se puede fijar, el referente es la primera vez que aparece, en los pasillos del teatro, una persona de overol blanco quien con un gran cepillo de palo largo, va recorriendo “el espacio de los espectadores”, a la vez que desarrolla la labor de ir barriendo. Esta acción se repite algunas veces, mientras el público termina de acomodarse y están plenas las luces de la sala. Este es el contacto inicial con la obra y con un primer personaje que iremos reconociendo, por sus constantes apariciones en el escenario, como un hilo conductor o eje que articula los diversos fragmentos que comprenden esta puesta en escena.
Se iluminan, en la parte delantera del escenario, varias poncheras de pequeño tamaño, las cuales han sido previamente dispuestas en línea recta y espaciadas simétricamente una de otra. Entran en escena tantos personajes como poncheras hay, toman posición tras de ellas y de cara al publico, a quien enfrentan con adusta mirada, se lavan las manos como un gesto de acción simbólica.
Hasta este momento, el audio nos ha tomado suavemente para encausarnos en lo visual, y a partir de allí se van a desarrollar en una serie de sonidos, efectos y tracks, que hacen de “lo sonoro” soporte fundamental en la narrativa de la obra, y que nos llevaran a vernos sensorialmente inmersos en los acontecimientos relatados por los actores.
El sonido nos pone en situación mientras en el escenario comienzan a aparecer solitarios personajes masculinos y femeninos, que ya juntos, vemos que son cuatro. Estos, en perfecto sincronismo con el sonido, se desplazan con movimientos rápidos y entrecortados, deteniéndose en momentos de suspensión, como foto fijas de una
Película. Movimientos que rememoran toda esa estética y velocidad de “la comedia física” en el cine mudo de Baster Keaton y el “slapstick” -esas disparatadas carreras de automóviles y batallas de pasteles- que sucedían en las películas dirigidas por Mack Sennett. Es un trabajo con una gran carga Coreográfica, en la que la acción permanece con toda la dramaturgia del movimiento y el espacio.
Con esto, el colectivo VELATROPA se apunta el acierto de crear un lenguaje que les permite hablar de las miserias de este país, mientras el público responde a carcajadas.
Envuelta en ese lenguaje del humor y la caricatura, buscando la participación activa del publico, el personaje-monja invita a un espectador a que le auxilie en el anclaje de la cuerda, sale un espontáneo que le ayuda y tras lograr el cometido, el personaje comienza a sacar piezas de ropa de la canasta las cuales va colgando, como “trapitos al sol” que nos van a sacar. Son pantalones y camisas de una tela en la que apreciamos un diseño de círculos concéntricos, repetitivos y monocromáticos, que nos procuran una analogía mental que nos obliga a relacionarla con las telas de camuflado militar.
La última prenda que cuelga el personaje crea un efecto sorpresa, cuando vemos un gran trozo crudo de carne roja posarse sobre la cuerda. Tal vez por aquello de nuestra cruda realidad, además del referente al cuerpo. De nuevo mirada escrutadora del personaje en accion.
En escena se presenta un personaje femenino de traje gris quien se detiene, en actitud de espera, ante el tendedero-límite y allí despliega un periódico el cual comienza a leer. Hacen aparición, uno tras otro, personajes del mismo corte y se van ubicando en “fila india” tras el primer personaje. Los personajes desarrollan ciertas actitudes y acciones que nos son usuales cuando hacemos una fila en el banco, en una oficina estatal o esperando el autobús; tales como el coqueteo, las conversaciones casuales o la invasión del espacio mínimo que ocupa una persona y que lleva a la lectora a tener que compartir su diario con todos, para poder seguir leyendo en paz. Esta situación termina en un enfrentamiento entre todos los integrantes de la fila -es que los Colombianos no podemos estar juntos por que terminamos agrediéndonos- . Las acciones corporales son reforzadas por el sonido que realizan los actores cuando golpean sus cuerpos con el periódico; son golpes de una perfecta sincronía sonora y que llevan en un ritmo delirante al clímax de la pelea, donde el papel periódico termina por deshacerse. Congelamiento del movimiento y acto seguido, cada uno de los personajes saca de sus ropas un nuevo papel periódico, quedando la acción en un suspenso –eterno- que es interrumpido por un nuevo personaje que invade la escena y le salta la fila a todos, para ocupar el primer lugar.
Toda la acción de esta escena se ve reforzada con la proyección gigante de imágenes de las páginas de los diarios nacionales, mientras el audio se desarrolla en pequeños cortes donde reconocemos las cortinillas musicales de apertura de los noticieros de televisión y la narración de ciertas noticias en las voces reales de sus presentadores.
Los actores toman las prendas que cuelgan de la cuerda y comienzan a colocárselas mientras van saliendo del escenario.
Ingresan en escena un cubo que es ubicado -con todo lo simbólico que ello implica- delante de la cuerda, en el territorio del público. Cubo que vemos forrado con un papel que tiene el mismo diseño circular de la ropa que estuvo colgada. De su interior emerge un personaje entrañable, “El Enamorado”. Lo vemos sufrir, desprender los pétalos de las rosas rojas y esparcirlas al viento, secarse las lagrimas con un interminable rollo de papel higiénico, con el que ejecuta una rutina en ese lenguaje de humor caricaturesco que hace que la obra sea amable, y con el cual, el actor consigue una actitud de complicidad por parte del público, que responde con afecto y en mayor medida a ciertos personajes de corte perdedor, como este maravilloso enamorado que con su histrionismo logra conectar inmediatamente con los espectadores.
En escena entra un nuevo personaje que con actitud autoritaria confronta “al enamorado” y lo sentencia. Utilizando los recursos propios de lo participativo (en este caso las bombas) este personaje invita al publico a “Fusilar al Enamorado”. Respondiendo con la rapidez y agilidad característica con la que los Colombianos respondemos solo a ciertas cosas, la sala en pleno se puso de pie, cual resorte, para bombardear a ese personaje que, segundos antes, estaba inmerso en el corazón de todos.
Recibió golpes certeros, cual misiles teledirigidos, golpes laterales, frontales, algunos en la zona que es penalizable en el boxeo y así, el escenario y los espectadores fuimos alcanzados por el agua que se desprendía de los globos que estallaban, tanto en el objetivo, como en el aire durante su trayecto, convirtiéndose en signo simbólico de nuestra realidad.
Nadie dudo, todos lanzaron sus granadas.
El ahora oscuro escenario se ilumina con una gigantesca proyección del diseño de la ropa que colgaba en la cuerda y que invade la totalidad del espacio escénico. De pronto esta textura se nos revela como camuflaje al reconocer los movimientos de los actores, que por estar inmóviles lograban pasar inadvertidos, alcanzando el objetivo propuesto. Se desplazan por el suelo, se “arrastran por el muro”, con la ayuda de los respectivos arneses, y mantienen una actitud de combate y lucha que se acentúa con el uso de los correspondientes efectos por parte del sonido. La luz cambia y la escena se torna roja, mas violenta, mas cruda; hasta que todos los personajes se terminan de matar entre si.Para ver parte de la escena, haga click en el enlace.
http://www.youtube.com/watch?v=sXLuN0u_TTg
Silencio. Y de nuevo aparece el barrendero de overol blanco quien se inclina sobre los cadáveres mientras acciona una maquina que trae en la mano, y cuyo ruido crea un sobresalto en el publico y una agobiante sensación en el espacio; este efecto fue claramente definido por las voces de varios espectadores que, de manera casi unísona, exclamaron: "LA MOTOSIERRA".
Un toque irónico, directo, profundo, emotivo y cerebral, que puso en crisis el consenso del imaginario colectivo con un gesto simple que alude a grandes verdades.
En esta escena aparecen diversos personajes ataviados con unas prendas playeras que rememoran la moda de los años cincuenta. Estas chicas, acompañadas de paraguas, se desenvuelven en una acción típicamente playera, en actitud relajada, de divertimento, casi como un comercial de televisión, mientras en alto volumen suena la canción humorística, del compositor de jazz Bobby McFerrin, “Don´t Worry, Be Happy” (No te preocupes, se feliz)-1988-. La melodía se acelera y de igual manera los coreográficos movimientos de los personajes se estiran en velocidad, produciendo un aspecto de cámara rápida, con el cual desalojan el escenario.
Las luces se apagan y los espectadores quedamos unos segundos inmersos en la oscuridad. De allí nos comienzan a sacar a través de un sonido que se reconoce liquido pero diferente al que se venia desarrollando con la escena en azul. Se enciende una luz roja directa hacia el objeto y no podemos más que ver la matriz de la gestación; entonces, reconocemos el audio como sonido amniótico. La cadenciosa plasticidad de los movimientos corporales y el atrayente aspecto visual de la interacción con el objeto, logran llenar de poética el momento y el espacio en donde se nos ha estado confrontado con nuestra realidad.
VELATROPA es un colectivo que se sitúa en una práctica comprometida con el espacio escénico.
SIN FIN posee una dramaturgia multidisciplinar que explora una sensación de narración, en vez de contar historias
En esta obra crean estructuras escénicas en las cuales forma y contenido, se justifican mutuamente. Es una obra seria, en la que el elemento sonoro, los visuales y el cuerpo, originan un sistema emergente de códigos secretos.
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