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El sacerdote no acepta el celibato por amor al celibato, sino porque solo de esa manera es admitido en las sagradas ordenes. Su voto no procede de su voluntad; le es impuesto por la iglesia, de buen o mal grado, a aceptar esa pesada condición. Sin la cual, no puede ejercer funciones sacerdotales.
¿Es con el propósito de orientar su vida en una dirección que el sacerdote asume ciertas obligaciones y hace determinadas promesas?.
El ególatra no cultivado solo desea aquello que desea. Dadle una educación religiosa y le parecerá evidente, se le hará axiomático que lo que “el” desea es lo que Dios desea. Que su causa es la causa de lo que el entiende por iglesia verdadera, y cuando es un “orador”, con la magia de su palabra y su voz de oro, que persuade a sus oyentes de la justicia de una causa que no es justa, quedamos seriamente afectados.
La condición religiosa constituye una pasión muy compleja que permite a quienes la ejercen desenvolverse con satisfacción en su mundo. Pueden admirarse a si mismos y aborrecer a sus vecinos, pueden ambicionar el poder y el dinero, pueden gozar de los placeres de la agresión y la crueldad, convirtiendo esos vicios en actos de heroísmo.
